En las últimas décadas, las formas de vivir y las configuraciones familiares han cambiado de forma radical. Las “familias tipo” que durante gran parte del siglo XX definieron el modelo de vivienda (padre, madre, hijos) ya no representan la mayoría. Hoy, la pluralidad de formas de convivencia está generando un profundo impacto en el diseño, oferta y demanda del sector inmobiliario. Una de las transformaciones más notables es el auge de los hogares unipersonales, es decir, viviendas habitadas por una sola persona. Estas nuevas tendencias familiares en la vivienda están redefiniendo cómo y para quién se construye.
En este artículo, exploraremos qué son los hogares unipersonales y cómo ha sido el crecimiento de los mismos en los últimos años en España.
Índice del artículo
Un hogar unipersonal es aquel en el que reside una sola persona, sin convivir con pareja, hijos, familiares u otras personas. Puede tratarse de jóvenes emancipados, adultos solteros, personas mayores viudas o divorciadas, e incluso de quienes, por decisión propia, eligen vivir sin compañía. La clave no está solo en la edad o situación económica, sino en una transformación cultural profunda: cada vez más personas optan por una vida individual como opción de vida plena, no como resultado de una carencia.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), a 1 de enero de 2024 había en España 5.433.969 personas viviendo solas, lo que representa el 28% de los hogares del país. Esta cifra revela una evolución constante: en 2021 eran el 27%, y en 1970 apenas el 1,9%. La progresión, aunque paulatina, es clara: se prevé que para 2039 los hogares unipersonales asciendan a 7,7 millones, alcanzando el 33,5% del total.
El crecimiento de los hogares unipersonales tiene múltiples raíces. Por un lado, está el envejecimiento de la población: muchas personas mayores terminan viviendo solas por viudedad o elección. Por otro lado, está el cambio en los modelos de vida: más divorcios, menos matrimonios, relaciones tardías o esporádicas, y un número creciente de individuos que deciden no formar pareja o no tener hijos. En este sentido, la independencia económica y la autonomía personal, especialmente entre mujeres, también juegan un papel crucial.
Estas nuevas dinámicas familiares exigen soluciones habitacionales diferentes a las tradicionales. Ya no se trata de viviendas centradas en la vida familiar nuclear, sino de espacios que respondan a otras necesidades, como, por ejemplo, espacios de trabajo (coworking) y de ejercicio y ocio.
Frente a este panorama, surge una pregunta clave: ¿cómo debe ser una vivienda unipersonal? No se trata simplemente de reducir metros cuadrados. Los hogares para una sola persona deben ser funcionales, acogedores y adaptables. Algunas características clave son:
Además, vivir solo no implica aislamiento. Muchas personas que optan por este estilo de vida valoran la privacidad, pero también la posibilidad de relacionarse fuera del hogar. Por eso, los edificios con zonas comunes compartidas, como lavanderías, gimnasios, terrazas o incluso cocinas comunitarias, se están convirtiendo en una solución intermedia que equilibra independencia y comunidad.
Junto con los hogares unipersonales, también están creciendo los hogares formados por parejas sin hijos, ya sea por elección o por imposibilidad. Esta tendencia también desafía los esquemas tradicionales y exige nuevas respuestas arquitectónicas. Las viviendas para dos personas que no están diseñadas para la crianza infantil permiten repensar la distribución interior: menos habitaciones, más espacios compartidos, baños dobles, despachos o estudios para el teletrabajo, y zonas de ocio bien pensadas.
El auge de los hogares unipersonales y las parejas sin hijos está transformando tanto el diseño de las viviendas como la planificación urbanística. Muchas promotoras y constructoras empiezan a adaptar su oferta: más estudios, apartamentos de una habitación, tipologías flexibles y viviendas de menor tamaño que aúnan diseño y eficiencia.
En paralelo, el mercado también debe abordar el acceso económico. Muchas personas que viven solas tienen ingresos limitados, lo que hace que la vivienda unipersonal accesible se convierta en una necesidad urgente, tanto en alquiler como en propiedad. Esto representa un reto para las políticas públicas, que deben fomentar modelos habitacionales adaptados a realidades distintas a la tradicional familia de cuatro miembros.
También está en juego la sostenibilidad: viviendas más pequeñas implican menos consumo energético, pero también demandan eficiencia en construcción y materiales, y una reflexión sobre el uso del suelo urbano. En este sentido, las tendencias familiares en la vivienda se cruzan con los objetivos de sostenibilidad y eficiencia que marcan la agenda urbana del futuro.
El crecimiento sostenido de los hogares unipersonales y de las nuevas estructuras familiares, es más que una estadística: una señal de cambio profundo en la forma en la que muchas personas viven. La vivienda, como reflejo de la sociedad, no puede permanecer ajena a esta transformación.
Adaptarse a estas nuevas realidades no solo implica construir de manera diferente, sino también pensar diferente: considerar la diversidad de estilos de vida, escuchar las necesidades de quienes no se ajustan al molde tradicional, y crear entornos que favorezcan el bienestar, la conexión social y la autonomía.
Y, del mismo modo, es tarea de todos (arquitectos, promotores, diseñadores, administraciones) asegurarnos de que esa forma de vida tenga un lugar ideal pensado en el entramado urbano del siglo XXI.
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